Desde hace un tiempo me pregunto porque motivos, como sociedad, nos hundimos en una grieta cada vez más profunda que nos limita y nos impide crecer y progresar.

Cada vez son más amplios los sectores de la sociedad y mucho más aquellos que participan en política que se escudan en posiciones casi fanáticas e irreflexivas que limitan y en muchos casos eliminan cualquier posibilidad de debate, diálogo y consenso.

No soy sociólogo para poder determinar cómo y porque llegamos hasta acá pero trataré de hacer alguna pequeña analogía con el comportamiento individual ya que en todo caso nuestro comportamiento social no es más que la suma de los comportamientos individuales de cada uno de nosotros.

Nada más difícil que encontrar una persona que de manera voluntaria reconozca un error en forma pública. Siempre tratamos de transferir esa responsabilidad a otro, al conjunto o a la circunstancia, el clásico “me chocaron!!!”. Y cuando nos enfrentan con nuestro error, sacamos a relucir los errores del otro como una disculpa o atenuante, “pero Cacho también hizo lo mismo” o “vos también te la mandaste”.

Errar, equivocarse es parte de la naturaleza humana y por lo tanto es parte del proceso social que todo grupo humano recorre a lo largo de su historia

Alemania se equivocó cuando en los años 30s llevo a Hitler al poder por la vía democrática, ganando sucesivas elecciones por mayorías importantes. Pero puesta frente a la realidad del horror nazi, tuvo la capacidad de corregir sus errores y convertirse hoy en un país absolutamente amplio y donde todos son aceptados sin importar raza, credo o color.

En nuestro caso, en estos últimos 30 años nos hemos ido perdiendo en las profundidades del abismo oscuro, irracional casi caprichoso de negar nuestros propios errores mientras resaltamos los del otro. De un lado y otro de la grieta.

Hoy la crisis nos demanda estar a la altura, admitir nuestros errores personales y políticos, cada uno en el lugar que le corresponda, aprender y corregirlos, si realmente queremos salir adelante como sociedad.

Y entonces empecemos por casa. Como oposición política en la provincia de Santa Cruz llevamos ya 39 años sin interpretar adecuadamente los anhelos y deseos de los argentinos que hacen vida en nuestra provincia. Y frente a cada derrota se escucha en algunas declaraciones “hicimos un autocritica” pero lo cierto es que nunca, nadie dice abiertamente “nos equivocamos en esto y aquello” todo queda en una declaración genérica y con gusto a “lo digo para cumplir”, porque después no se nota una modificación en la conducta y los resultados vuelven a ser los mismos.

Por otro lado aquellas personas que, por un falso sentido de lealtad, se ciegan frente a las pruebas tan explicitas como videos o confesiones públicas de delitos cometidos o frente a sentencias judiciales con interminables pruebas de todo tipo tamaño y color.

Incluso al nivel de eliminar todo sentido de mérito o esfuerzo personal. Recuerdo una charla con un alumno que me decía “todo lo que tengo se lo debo a Cristina”, lo que me llevo a preguntarle si se lo había regalado ella o si es que era parte de esa plantilla de “empleado” estatales que cobran sin trabajar y su respuesta fue “NO, yo siempre trabaje en el privado”. Me toco hacerle la observación que NADIE le había dado nada, que lo que había conseguido fue fruto de SU propio esfuerzo, constancia y sacrificio y no obra de tal o cual político.

Y como salimos de esta encrucijada? Pues bien, nuestros Padres Fundadores, aquellos próceres que sentaron las bases de nuestra organización nacional nos dieron la respuesta a esta pregunta. En el Manifiesto del Congreso General Constituyente a los Pueblos de la Confederación Argentina, en su párrafo final nos dicen.

El Congreso sólo tiene que hacer una recomendación a sus compatriotas:

Una solo recompensa que pedirles en premio de sus desvelos por el bien común. En nombre de lo pasado y de las desgracias suplidas les pide y aconseja: obediencia absoluta a la Constitución que han jurado.

Los hombres se dignifican postrándose ante la ley, porque así se libran de arrodillarse ante los tiranos. —

La organización republicana determinada en nuestra Constitución Nacional, con la correspondiente división e independencia de los poderes, nos exige una sola y sencilla condición aceptar, respetar y acatar la ley.

La ley nos impone un orden que resulta indispensable para poder crecer y desarrollarnos como sociedad

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *